Ser soltero hoy: entre la libertad personal y las presiones sociales
Durante generaciones, ser soltero fue visto como un fracaso vital o una excentricidad. El término “solterona” o “solterón” llevaba consigo una carga de juicio y compasión. Sin embargo, en la actualidad, la soltería se ha convertido para muchos en una opción consciente, vinculada a la autonomía y al bienestar personal.
Pero ¿hasta qué punto hemos superado las presiones sociales sobre el amor y la pareja? ¿Y qué diferencias existen entre la soledad elegida y aquella que se impone por las circunstancias?
La transformación del estigma: de “solterona” a “single”
Hasta hace apenas unas décadas, la vida adulta se medía con un patrón claro: casarse, tener hijos, construir un hogar. Quedarse fuera de ese esquema implicaba ser visto como “incompleto”. En el caso de las mujeres, el estigma era aún mayor: la “solterona” simbolizaba el miedo social a la independencia femenina.
Con el cambio de valores, el auge del feminismo y la diversificación de los modelos familiares, ser soltero dejó de ser un fracaso y pasó a representar un modo de vida posible y, en muchos casos, deseado.
La palabra single introdujo un matiz distinto: el de una persona que elige su independencia, que prioriza su desarrollo personal o profesional, o que simplemente no necesita una relación de pareja para sentirse plena. Aun así, los restos de ese viejo estigma siguen apareciendo en frases cotidianas como “ya se te pasará el arroz” o “todavía no has encontrado a nadie”.
La tasa single: un fenómeno en aumento
Más allá de una cuestión emocional o social, ser soltero tiene un impacto económico real.
Lo que se conoce como la tasa single se refiere al sobrecoste que implica mantener un estilo de vida individual: alquileres más altos, gastos domésticos no compartidos, viajes o planes más caros, seguros, e incluso un sistema fiscal que suele beneficiar más a las familias que a las personas solas.
Por ejemplo:
- Una vivienda para una sola persona cuesta casi lo mismo que para una pareja.
- Comer fuera o cocinar solo incrementa el gasto medio semanal.
- El ocio, los viajes o los regalos no se reparten entre dos.
Según algunos estudios europeos, vivir solo puede suponer entre un 20 % y un 40 % más de gasto mensual frente a quienes comparten vivienda o pareja.
Esto demuestra que la independencia tiene un precio económico y emocional: la libertad se disfruta, pero se paga.
Soledad elegida vs. soledad impuesta
No todas las solterías se viven igual. Algunas personas disfrutan de su espacio, sus rutinas, su libertad; otras, en cambio, experimentan la soltería como una ausencia no deseada.
Podemos hablar, entonces, de dos formas distintas de soledad:
La soledad elegida
Es la que nace de una decisión consciente. La persona elige estar sola porque valora su autonomía, su calma, su control sobre el propio tiempo. Esta elección no implica aislamiento, sino una conexión más equilibrada con uno mismo y con los demás. La soledad elegida suele ir acompañada de satisfacción vital, autoconocimiento y bienestar psicológico.
La soledad impuesta
Es aquella en la que la persona no desea estar sola, pero las circunstancias (rupturas, duelos, entorno social o laboral) la conducen a ese estado. Aquí, la soledad puede generar sentimientos de vacío, tristeza o desconexión. En estos casos, la clave está en transformar la soledad en un espacio de crecimiento, no en una condena.
El papel de la presión social y las redes
Aunque la sociedad actual valora más la independencia, sigue existiendo una presión sutil hacia el emparejamiento. Las redes sociales refuerzan la idea de que el amor romántico es sinónimo de éxito emocional.
Las fotos de parejas felices, aniversarios o bodas pueden alimentar comparaciones y pensamientos automáticos del tipo “algo debo estar haciendo mal”.
Desde la psicología, sabemos que estas comparaciones pueden impactar en la autoestima y en la percepción de valía personal. Por eso, es importante diferenciar entre deseo genuino de compartir la vida con alguien y presión interiorizada por cumplir expectativas ajenas.
La soltería como espacio de crecimiento personal
Cada vez más estudios demuestran que las personas solteras pueden experimentar altos niveles de bienestar y satisfacción vital, siempre que exista un equilibrio entre conexión social y autonomía.
Un estudio de la psicóloga Bella DePaulo (Universidad de California, Santa Bárbara) destaca que las personas solteras tienden a mantener relaciones sociales más amplias, cuidar más de sus familiares y amigos, y dedicar más tiempo a su propio desarrollo.
Lejos del mito de la soledad triste, la soltería puede ser un laboratorio emocional, donde se aprende a disfrutar del silencio, la independencia y la autenticidad.
Mi reflexión sobre ser soltero hoy
Como psicólogo, me parece interesante cómo el concepto de soltería ha pasado de ser una etiqueta cargada de juicio a un símbolo de elección y autenticidad. Sin embargo, todavía percibo en consulta ese eco cultural que asocia “estar en pareja” con “estar completo”.
Ser soltero no debería definirse por la ausencia de alguien, sino por la presencia plena de uno mismo.
Quizá el desafío actual no es tanto “buscar pareja” como aprender a convivir con uno mismo sin miedo al silencio ni a la mirada ajena. Cuando logramos eso, las relaciones dejan de ser una necesidad y se convierten en una elección genuina.
Para terminar…
Ser soltero hoy no es un signo de carencia, sino una oportunidad para vivir con coherencia y libertad.
La verdadera madurez emocional no pasa por tener pareja, sino por entender que la felicidad no depende del estado civil, sino de la calidad de las relaciones (incluida la que mantenemos con nosotros mismos).
Al final, tanto si elegimos la compañía como la soledad, lo importante es que ambas opciones nazcan desde la libertad, no desde el miedo.
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